martes, 1 de noviembre de 2011

Filosofía colaborativa: nuevas formas de investigar, construir, aprender y enseñar


   Hace ya mucho tiempo que sabemos que el trabajo en colaboración, cuando está bien coordinado y articulado, es mucho más fructífero que la actuación competitiva. La búsqueda de prestigio e imposición, si bien han sido clásicamente fuertes motores del progreso escalado de la ciencia y la tecnología, queda completamente superada cuando se materializan estrategias mancomunadas de desarrollo.

   Es interesante observar, sin embargo, que la transición a gran escala hacia esta filosofía de colaboración y complementación ha llevado y sigue llevando un tiempo considerable. Esto es lógico si tenemos en cuenta que es mucho más fácil, y aún hoy parece en principio natural, ubicarse en una estructura competitiva de trabajo. El problema es que en muchas ocasiones los intereses egocéntricos y anhelos de prestigio obstaculizan proyectos e incluso restan calidad a sus resultados. Aun dentro de un mismo equipo de trabajo pueden observarse estas consecuencias producto de una filosofía extremadamente competitiva, caracterizada por un intercambio mediocre y a veces hipócrita entre sus propios miembros.

   La aparición de las nuevas tecnologías, y su propia evolución, han significado un gran impulso a la construcción colaborativa del conocimiento. El propio surgimiento de Internet es producto de una “ética hacker” (también llamada nética) que implicó un trabajo mancomunado entre hábiles programadores que comenzó en los años sesenta y setenta, como indican Romaní y Kuklinski (2007). El avance exponencial subsiguiente debe mucho a esta forma compartida de "crear y hacer circular". Tan exitoso fue este movimiento que, durante años, grandes corporaciones acusaron e intentaron demonizar a estos grupos para proteger sus intereses y derechos comerciales. Aun cuando no todos los hackers tenían las mismas intenciones, la totalidad de ellos fue señalada como un gran conjunto de criminales informáticos. No obstante, estos intentos fueron netamente inútiles, y muchos intereses empresariales se vieron eventualmente obligados a ceder territorio y/o articularse con la ética hacker (a través, por ejemplo, de estrategias indirectas de marketing).


   En este contexto, nos encontramos hoy en día replanteándonos conceptos como los derechos de autor y el límite entre lo público y lo privado. Asimismo, surgen nuevas cuestiones de discusión como las implicancias de una reputación digital, la piratería (piracy or peeracy?), la seguridad en la red, entre otros.

   El aprendizaje y la enseñanza también encuentran nuevos ejes de análisis y replanteamientos dentro de una filosofía colaborativa. El aprendizaje ubicuo que plantea Burbules no sólo tiene que ver con la omnipresencia de los individuos en la Sociedad de la Información, sino también con este constante “crear y compartir” a través de la web 2.0. Los espacios y escenarios de intercambio cognitivo se han multiplicado en forma asombrosa y, como ya hemos señalado en otra oportunidad, esto ha significado el fin de los enciclopedistas (quienes, o bien se adaptan, o bien entran en obsolescencia).

   En esta misma línea, todo ello implica que la enseñanza se reestructure y replantee sus estrategias para guiar las nuevas formas de aprendizaje y así maximizar el residuo cognitivo de estas nuevas oportunidades. La cultura de la conectividad abre también la posibilidad de abordar la masividad de estudiantes que las aulas no pueden sustentar, aportando entornos virtuales para comunidades educativas que pueden romper barreras de espacio y tiempo, como señalan Duart y Sangrà (2000). Asimismo, muchos de los debates de la filosofía colaborativa toman su forma análoga dentro de las prácticas docentes, por ejemplo en cuanto a intercambio de recursos y materiales, transferencia de tecnologías, apertura virtual de espacios catedráticos, formas de evaluación.


   En definitiva, las nuevas tecnologías han ido desplegando a lo largo de su evolución un terreno fértil para la construcción colaborativa del conocimiento. Representa para los docentes una oportunidad y responsabilidad, ya que ahora más que nunca debemos lograr la transición hacia el rol de guías y facilitadores del aprendizaje de nuestros alumnos (y de nosotros mismos). Behold!

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